jueves, 7 de agosto de 2008

No mata la calidad si no la cantidad

En demasía lo bueno se hace malo,
la píldora veneno
y vicio la caricia;

sabes de todo un poco y vas al cine,
sabes de todo mucho y te suicidas.

Mucha vida (cien años) es la muerte
-se hace malo lo bueno en demasía-.
La soledad, es ese gran espejo
donde acabas por verte monstruoso;

el silencio la tuerca en el oído
que se te va ajustando al agujero,
demasiado silencio es igual que una bomba
y demasiado amor es igual que un entierro.

Gloria Fuertes

Islaja

De silencios y vocingleros



Acabo de leer, supongo que de una forma retórica, a alguien que preguntaba porque la gente le tiene tanto miedo al silencio. Yo, que de por sí puedo considerme una persona de lo más parlanchina (no me gusta esta palabra, denota un sentido peyorativo, pero que muy a mi pesar debo atribuirme para ser honestos), en la mayoría de las conversaciones que tengo que escuchar/sufrir preferiría un mayor uso del silencio.
La mayoría de las personas tienen una extraña necesidad de rellenar el espacio con palabras, las cuales en su conjunto, suelen formar discursos de lo más prescindibles. Si no tienes nada realmente interesante que aportar resultaría conveniente mantener la boca cerrada. Y eso es lo que vengo haciendo desde hace un tiempo.
Del 60% de una conversación, un individuo habla sobre aspectos de su persona o vida que no son relevantes para su interlocutor ¿Qué te hace pensar que me interesan los problemas que puedas tener en el trabajo? A no ser que, como persona, por proximidad o cariño me interese comprender la causa de tus estados anímicos o reacciones, pero si ni eso resulta de mi incumbencia, ¿Para que me lo cuentas? Un 30% podría referirse a cotilleos de mayor o menor repercusión social, desde los chismes del famoseo y celebridades a las no menos comentadas experiencias de vecinos, amigos y/o conocidos comunes o no, lo cual todavía lo considero de mayor gravedad. Sólo un 10% podríamos pensar que puede tener cierto grado de interés, y básicamente se reduce al intercambio de conocimientos y opiniones que hagan reflexionar a uno mismo.

Aun así, no pretendo parecer quisquillosa y dar una idea equivocada de mi relación con los seres de mi entorno. Soy la primera a la que, en un momento dado, por poner un ejemplo, la información básica de los motivos de la separación conyugal de mi prima la perfecta suponga dejar de lado toda actividad que estuviera realizando para prestarle mi absoluta atención. Y con esto, tampoco espero que, durante un obligado tiempo y espacio compartido durante la traslación en un habitáculo de metroxmetro llamado más comunmente por el sustantivo Ascensor, mi acompañante me explicara el fenómeno natural por el que se desencadenan las repentinas tormentas de verano, por aquello de darle mayor utilidad a la clásica conversación sobre el tiempo...

Tan sólo reivindico el derecho a disfrutar del silencio, aun en compañía de otros. Y cedo el derecho a quienes consideren que sí es fundamental todo cuanto pronuncian de seguir haciéndolo, eso sí, comprenderan que, llegados a un punto, les espete con toda la educación posible un vociferante: ¡Porqué no te callas!