martes, 17 de junio de 2008

Aquellos eternos veranos

Las tardes de verano de mi infancia-adolescencia se caracterizaban por contemplar el proceso de descomposición de los restos de sandía en los platos todavía por recoger de la mesa, en los que las semillas terminaban por secarse bajo el sol, y los ronquidos de fondo de mi tío tumbado en el sofá, apropiándose del único ventilador del apartamento encarado justo frente a sus pies, mientras en el televisor no podía verse otra cosa que no fuera la vuelta ciclista. Como mi madre y mi tía sentían una auténtica aprensión ante la posibilidad de bajarnos a la playa en pleno proceso de la digestión, teníamos que formar guardia en casa por lo menos durante las dos horas siguientes a la comida, sumando a ello los peligros por sufrir una insolación si pisábamos la arena antes de las 4 de la tarde, no nos quedaba otra que pasar un par de horas larguísimas en el balcón jugando a las cartas, con el toldo echado, no fuésemos a derretirnos bajo el sol.
Recuerdo el olor a sardinas a la brasa en las noches de verano y el pollo a l’ast de los domingos, día en que mi madre se ahorraba cocinar, pero no quedaba libre de quitar la mesa, lavar los platos, hacer las camas, barrer y fregar. Aunque astutamente compartía esas tareas delegándonos a mí y mi prima parte de las consabidas labores domésticas, olvidándose deliberadamente de mi hermano y mis primos (todos varones), que se agenciaban las bicicletas dejándonos a nosotras el delantal colgado en la manilla de la puerta de nuestra habitación. Corríamos en protección de nuestras progenitoras, pero nos topábamos ante un muro de impotencia al recibir como único gesto de consuelo un resignado encoger de hombros por parte de estas.

Yo no se si los tiempos han cambiado para mejor o peor. Si los veranos siguen siendo esa época tan esperada en la que el tiempo parece detenerse y en tres meses de estío se sucede una vida entera. La gente ya no veranea en el mismo lugar año tras año, o puede que algunos sí lo hagan todavía, y cambian el frigodedo por el calipo, los garitos y chiringuitos con música pachanguera son sustituidos por discotecas, los cuadernos santillana y los remordimientos la última semana antes de volver al cole por no haber abierto ninguno. Ya no se si los amigos del instituto son echados de menos por su ausencia con el messenger al alcance todos los días del año. Lo que no se es si, en el fondo, no añoro tanto el hecho de que todas esas cosas hayan ido cambiando como que esos veranos ya no se repetirán más.


10 comentarios:

38 grados dijo...

Creo que la mayoría, de una manera u otra, solemos tener buenos recuerdos de los eternísimos veranos.
Sí.Las maneras de hacer han cambiado. Pero el calorcito y el sentimiento es el mismo.

Un beso

Anónimo dijo...

Joer tía, me has puesto la carne de pollo al ast

Anónimo dijo...

"Miel y canela tendido al sol
y África en los ojos como dice la canción.
Alguna estrella nos vio cantar
todas las canciones del país que mira al mar.
Hay un horizonte para mal o para bueno

La luna nueva nos vio reír
y éramos felices esperando el porvenir.
Todos en un corro repasábamos los sueños.

Se casaron las chicas con los chicos después,
se acabaron los besos, y el verano se fue.

Tus labios dulces como melón,
húmedos y sabios para el verbo y el amor.
No eran edades para sufrir,
pero ya elegías una forma de vivir.
Hay un horizonte para mal o para bueno

Miel y canela tu piel al sol
y algo de los Eagles para abrirte el corazón.
Todos en un corro repasábamos los sueños.

Se casaron las chicas con los chicos después,
se acabaron los besos, y el verano se fue.

Alguien me cuenta "¿cómo te va?"
"tienes muchos hijos y otra forma de mirar".
"No era ni príncipe, ni era azul,
y como por encanto se apagó toda su luz".
Hay un horizonte para mal o para bueno.

"¿No es tarde acaso para correr?",
"hay algunas calles donde puedes escoger".
Todos en un corro repasábamos los sueños

Se casaron las chicas con los chicos después
se acabaron los besos y el verano se fue."

Se casarón las chicas.Pedro Guerra

UNA FORTA ABRAÇADA!

SisterBoy dijo...

Vivir en un sitio en que es verano todo el año es lo mismo que comer todos los días: no se aprecia lo que uno tiene.

Antes no se iba uno de vacaciones sino que se veraneaba lo cual implicaba pasarte los tres mesazos en el pueblo (nadie se iba de campamento ni de intercambio a Samarkanda) porque Mamá no trabajaba (hoy en día no es posible por circunstancias más económicas que sociales).

Anónimo dijo...

me recuerda a una canción, los veranos de la caseta

besotes

Anónimo dijo...

Cuántos recuerdos de veranos pasados!! Las series de televisión me encantaban casi todas... como ahora! jejeje
Me hubiera gustado haberte conocido de pequeñita y haber jugado y compartido aficiones contigo en esas épocas (bueno, la de mirar horas y horas las pipas de sandía mientras oyes roncar a tu tío, no sé, no sé...)
Pero me alegro de haberte conocido aunque con dos décadas ya a nuestras espaldas.
Ya te llamaré pedorra!
Besos!

Lena dijo...

Siempre que leo sobre los veranos de antes, los que yo también viví, me siento de nuevo niña...con las ilusiones puestas en tantas y tantas cosas...yo me pasaba los días en la calle con los vecinos.Y como dice la canción 'tenía tanta ilusión por de ser mayor...' Ahora soy mayor y recuerdo con ternura, cariño y nostalgia aquella inocencia que ya no volverá.

Un abrazo.

El Impenitente dijo...

Cuando está el Tour de Francia en la tele no hay otra cosa.

Antes el verano era eterno y maravilloso. Todo pasaba en verano. Ahora el verano es corto, hace mucho calor y se esfuma sin querer.

Y mi madre no me hacía fregar. Pero mi padre me hacía pintar y cavar. No sé qué es peor.

Anónimo dijo...

ay!qué nostalgia! nunca olvidaré un verano que fuimos de pequeñas a Benidorm con mis padres y mis tíos! era la primera vez que estaba en un hotel y la piscina en forma de ríñón me encantó!
k recuerdos!

Pilar M Clares dijo...

Un buen álbum de verano con el que me identifico si coloco alguna mosca alrededor de esos restos de sandía. Temas recursivos, y qué largos eran, parecían no acabar nunca. Luego, a la vuelta a la ciudad, me sentía como una salvaje a la que todo le resultaba extraño. Qué sensaciones más intensas para esos tiempos de estatismo.

Los mamíferos se desplazan a las riberas para bajar las temperaturas de sus cuerpos temperaturas sumergiéndose en las aguas. También permancen estáticos y reducen a lo más simple sus hábitos. Eso sí, las mujeres y los hombres cada cual en su papel.

Muy bonito este relato, 3,14, nostlagia