sábado, 14 de enero de 2012

13... 14... Los números son solo números

Muchas personas creen que las casualidades no existen. En lo que a números se refiere es más que probable que estén en lo cierto, pues la relación entre un fenómeno, por llamarlo de alguna manera, u otro se puede buscar de mil maneras distintas hasta encontrarlo si se pretende. Fijémonos, sin ir más lejos, en las profecías fatalistas anunciadoras del fin del mundo, ¿Cuántas veces se ha aniquilado ya el planeta según los profetas barajando fechas y la numerología? Y sin embargo, aquí seguimos ¿Por qué digo esto? Pues por la anécdota, porque lo dejaremos en una simpática casualidad que me sucedió ayer. Ayer fue viernes trece. No, la historia no guarda relación con nada terrorífico, más bien al contrario.

Acompañé a mi madre al hospital para una visita de control. A consecuencia de sus dificultades de movilidad, tenemos un servicio de transporte asistido en ambulancia. Cómodo para trasladar al paciente, pero inevitablemente imprevisible la hora de recogida en el centro hospitalario para devolverte al destino de origen, en este caso la residencia donde vive mi madre. Estábamos esperando en la recepción de consultas externas, ya llevábamos un buen rato. Debido al aburrimiento, ya tenía controlado el escenario hasta donde mi vista alcanzaba en el espacio en el que permanecía a la espera, y a todos los actores y figurantes que transitaban bajo mi foco de observación. Hace aparición una chica que por su uniforme se puede identificar como miembro de una unidad móvil de ambulancia. Antes de poder preguntarle si viene a recogernos a nosotras, otra ave de presa se agazapa rápidamente sobre ella, es un hombre mayor con prisas por irse, le oigo comentar que esperan el transporte para las 13:30, miro el reloj y son las 13 horas exactamente. A mí me han informado por teléfono que nos vienen a buscar sobre las 13:10 horas. Ni para unos ni para otros, ninguno de nosotros formamos su próximo servicio. Al rato aparece otro hombre de mismo uniforme. Entra por la puerta principal oteando a diestro y siniestro, es evidente que busca algo o a alguien. Yo estiro un poco el cuello y con un ligero pero insinuante gesto facial transmito un ¿Es a mí a quien vienes a buscar? Lo pilla al vuelo. Se dirige firme y casi convencido hacia el banco en el que estoy sentada junto a mi madre y sin mayor dilación me pregunta: “¿Hernández Martí?” Con la sonrisa congelada lo único que consigo musitar es un tímido: “No… Hernández martí es mi padre, bueno, era…”-“¡Ah!” Responde él algo consternado. “Mi madre es (Y le digo los apellidos de mi madre), pero si busca a otra persona, allí hay un señor que creo que espera una ambulancia también.”-“Vale, gracias.” Y se aleja. Al minuto vuelve y me vuelve a preguntar directamente el nombre de mi madre, es decir, pronuncia el nombre de mi madre mediante una pregunta, lo cual yo afirmo, que sí, que así se llama. “Pues vente que os llevo, que vuestro destino me viene de paso.” Y nos marchamos todos juntos. Camino al vehículo, pues queda un poco desplazado de la entrada principal, comento con el hombre, que va acompañado de una mujer, también mayor, la casualidad de la coincidencia de los apellidos de mi padre y los suyos, pero resulta que es su esposa quien comparte apellidos con mi padre. Emprendemos el camino y el señor se anima a conversar y a explicarme su historia:
Vuelven a casa después de recoger unos resultados de unas pruebas post-operatorias de su señora. Le han extirpado un cáncer benigno del páncreas. Los resultados son óptimos. Se anima a explicarme que el día que su mujer le dio la noticia él sufrió un derrame cerebral, y que ambos habían estado hospitalizados al mismo tiempo pero en centros distintos, una vez recuperado él, las navidades las había pasado junto a ella, asistiéndole cual enfermero particular día y noche, porque, qué hacia sino él en casa sólo estando su mujer en el hospital. Les habían dado el alta el día cinco de enero y eso para ellos fue un regalo de reyes. Sesenta y un años llevan juntos, cincuenta y cinco de casados y seis de novios. No sólo su historia me resultó conmovedora y tierna, ambos, como iban contándolo la hacían más emotiva todavía.

Ayer era trece, yo nací en día trece, mi padre, Hernández Martí también nació en trece. Me han dado hora para de aquí tres meses, el viernes trece de abril, y al cabo de tres más, volverá a ser viernes trece, en julio. Efectivamente, da igual que ni a ellos les dieran el alta un día trece, ni que llevasen trece años juntos, ni que el trayecto durase trece minutos, ni tan siquiera que se nos cruzasen trece renos con trece cascabeles cada uno… En realidad, lo que me apetecía contar era la historia de esta singular pareja.
¡Y menuda casualidad que los apellidos de ella fueran los mismos y en el mismo orden que los de mi padre!

Hoy es catorce.

5 comentarios:

milagros ni en lourdes dijo...

¿causalidad o azar? para mi es no causal pero acojona mucho, nosotros le damos sentido, pero no por ello es menos interesante, a nivel simbólico se pueden extraer cosas importantes de las sincronicidades

SisterBoy dijo...

A mí son estas cosas las que me hacen tambalearme de mi ateismo.

El Impenitente dijo...

Todo esto es una señal. La casualidad no existe. Es seguro que Judas Iscariote está tratando de ponerse en contacto con vosotros. Escuchadle.

Pilar dijo...

pienso, Pi, que la casualidad no está a la espera de ser reconocida. Todo es casualidad, la casualidad el instante continuo en que sucenden las cosas, se juntan, se ven, se piensan, o sencillamente se dejan correr. Yo no sé en día de la semana, por ejemplo, nací, ni el de mi padre, es decir, esa casualidad a mí nunca me hubiera podido suceder. Fui a unas oposiciones a Madrid y me precedía una Muñoz Clares, mis mismos apellidos, me aprecía rarísimo... se lo dije con admiración, ni puto me hizo¡¡ yo creo que era una farsante!!!

Pilar dijo...

quería dcir, está a la espera ( no "no está", la nota es porque así no tiene sentido.
Y ADEMÁS, se me olvidaba, UN BESO!