domingo, 24 de marzo de 2013

Poetry




Yang Mija, la protagonista de Poetry, no deja de preguntar cómo escribir poesía o cuando le va a llegar la inspiración.
Hace tiempo que yo no me hago esas preguntas, antes lo hacía, aunque con la prosa, no soy muy dada a lo poético, al menos no en cuanto a la forma. Día a día, creo que existen infinidad de momentos líricos que somos capaces de captar aunque probablemente no de expresar. Los hay que dirían que incluso en la taza del wáter podemos encontrar poesía. Lo cual, con casi absoluta seguridad, carezca de interés. Eso lo dejamos para artistas postmodernos con ínfulas de exponer en cualquier museo de arte contemporáneo (aunque de innovador tiene poco ya, pues es un recurso manido más viejo que el cagar, nunca mejor dicho).
 El caso es que, tras ver esta joya imprescindible para los amantes del cine, así como no hay que perderse Oasis, otra piedra preciosa del coreano Lee Chang Dong, me removió recuerdos que llevan tiempo rebotando en mi cabeza. En realidad, esos recuerdos son sensaciones, como pequeñas descargas emocionales de mi memoria que al estallar se hacen presentes en mi mente y me evocan e incluso me transportan a otro lugar. Tal es la intensidad que casi puedo sentir el calor del sol sobre la piel desnuda de mi brazo en una tarde de verano junto a la ventana de mi habitación en casa de mis padres, a pesar de estar a finales de invierno, a oscuras, en la cama de mi dormitorio actual tan lejos de aquel espacio que fue y ya no es. Y sé que no puedo volver a ese sitio. Evidentemente no podemos retroceder en el tiempo, y tampoco tengo la opción de regresar al hogar en el que crecí y oler los muebles, pisar el suelo y recorrer el pasillo de nuevo porque ya nada de todo eso existe. Y me entristece. “Los recuerdos son como las monedas en la bolsa del diablo, cuando la abres solo quedan hojas muertas”, decía Sartre en La Náusea. Yo no acostumbro abrir la bolsa a conciencia, más bien se suele escapar alguna que otra moneda y corre sin control por el piso hasta tropezarse por el camino contra otro objeto y, tambaleándose sonoramente, el tintinear de sus cantos en la baldosa, me revela la fuga y contemplo como, en ocasiones cae mostrando la cara y en otras, muestra la cruz.

Yo no quiero volver a tener 20 años, ni quince ni ocho, ni siquiera anhelo regresar al vientre materno. Yo quiero disfrutar de mi presente, en el momento en que escribo esto, mis 38 años cerca de ser caducos. Y respirar la vida. Menuda tontería. Respirar la vida. Más bien lo que pretendo es consumirla, exprimirla, sin dejar nada en el tarro, sin desperdiciar un segundo de lo que me quede de ella. No obstante, con demasía frecuencia, me asaltan ráfagas de recuerdos de situaciones, sensaciones, emociones del pasado. La repetida idea en los últimos días de tener una especie de compromiso o responsabilidad hacia mí misma de rememorar me hace dudar sobre si debería llevar a cabo el ejercicio de manera reflexiva y con profundidad o dejarlo pasar. A fin de cuentas, forma parte del traje que vestimos a diario.

Y todo por esa escena en la que una serie de personajes explican en un primer plano su recuerdo de mayor felicidad.
Hay películas con una poderosa carga dramática, y que no debería considerarse adecuado definir como bellas, hermosas... Y sin embargo lo son. Tal vez por la harmónica estructura, la sutileza de sus planos, el ritmo de la narrativa, la imperiosa fuerza de sus interpretaciones… La combinación de todos esos elementos que perpetran en ti unas convulsiones internas a tus sentidos que te despiertan de golpe para tomar conciencia de que estás vivo.



 "Canción de Agnes", de Yang Mija. 

Mamá... 

¿Cómo es allí? 
¿Cómo de solitario, brilla rojo el atardecer? 
¿Cantan los pájaros, cómo cantan en el bosque?
¿Puede llegarte la carta que no me atreví a enviarte? 
¿Puedo hacerte llegar la confesión que no me atrevía a hacer? 
¿Pasará el tiempo y se marchitarán las rosas? 
¿Es tiempo ahora de decir adiós? 

Como el viento que perdura y después se va, como las sombras. 
Por las promesas que no llegaron, 
por el amor sellado hasta el final, 
por la hierba que besa mis tobillos cansados 
y por los pasos menudos que me siguen, 
es hora de decir adiós. 

Ahora, cuando cae la oscuridad 
¿se encenderá de nuevo una vela? 
Aquí rezo... nadie debería llorar... 
y para que sepas qué profundamente te amé. 
La larga espera en medio de un cálido día de verano. 
Una vieja senda parecida al rostro de mi padre. 
Incluso la solitaria flor salvaje apartando la vista con timidez. 
Qué profundamente te amé. 
Cómo se agitaba mi corazón al escuchar tu vaga canción 

Te bendigo antes de cruzar el río negro con el último aliento de mi alma. 
Estoy empezando a soñar una brillante mañana soleada. 
Me despierto de nuevo cegada por la luz 
y te encuentro apoyándome.

4 comentarios:

primavera llega ya !!! dijo...

¿Habitar el pasado, para qué, pq? ni nostalgia, ni esperanza, concentrarse en el aquí y ahora pero cuando el presente es una mierda es una tentación viajar en tiempo, revivir, mortificarse ...
Que lejos quedan los ingenuos atardeceres en la piscina, esa sensación agradable de tener toda la vida por delante

SisterBoy dijo...

Hay un libro de Ray Bradbury llamado "Something wicked this way come" en el que a una mujer se le concede el deseo de regresar a su infancia a través de un tiovivo mágico, el resultado es que la mujer se convierte en una criatura aterrorizada porque con ese pasado regresa también todos los miedos e inseguridades de la niñez que en nuestros recuerdos selectivos han quedado marginados.

El Impenitente dijo...

La inspiración es una excusa.

El pasado no es un lugar para vivir, pero sí un buen lugar donde refugiarse. Malo es volver a él, pero no es malo llevarlo con nosotros.

Canichu, el espía del bar dijo...

No es poesía la temática, es poesía lo que interiormente poetizas.