Se levantó y empezó a andar. Las aceras todavía estaban mojadas, pero por lo menos la lluvia había cesado. Tenía los calcetines chorreando, calados hasta los pies. Desprotegido por el refugio que supone el calzado, percibía la irregularidad del suelo, por llano que pareciera el camino, no era liso por completo, las cenefas grabadas en las losetas facilitaban la incrustación en estas de gravilla y otras piedrecillas clavándosele en las plantas de los pies.
Por suerte vivía a pocas manzanas de allí. Cuando llegó al portal de su casa se percató que no llevaba consigo las llaves. Tal vez se le habían caído en el callejón, o quizás se las habían robado junto a la cartera, los zapatos, el reloj y el móvil. Estaba aturdido, no podía pensar con claridad. Necesitaba una ducha y ponerse ropa limpia y seca. Sobretodo entrar en calor. Llevaba demasiado tiempo con los pies empapados, el frío se había apoderado de sus huesos. Empezaba a temblar. No podía más. Volver sobre sus pasos a la búsqueda de las llaves con la posibilidad de no encontrarlas, le parecía un esfuerzo el cual no se veía capacitado para hacer dado su estado. Necesitaba entrar en casa. Después ya acudiría a la policía. Debía llamar a Teresa, la mujer que dos días por semana limpiaba su casa, era la única persona que disponía de una copia de sus llaves. Un hombre de mediana edad pasó a su lado -¿Perdone, tiene una moneda para llamar por teléfono?- Con una mirada de menosprecio e incredulidad, el hombre le increpó –Anda y búscate un trabajo, ¡Sinvergüenza!- De todos modos, tampoco recordaba el número de memoria. Lo mejor iba a ser llamar a la policía. Pero no podía dar un paso más.
Decidió pedir ayuda a alguno de sus vecinos. La puerta principal estaba entreabierta. Era un edificio de cuatro plantas sin ascensor, de dos puertas por rellano. hacía cuatro años que se había trasladado y no conocía a todos los habitantes del bloque, de hecho, prácticamente no cruzaba palabra con los que se topaba por las escaleras, musitando algún buenos días o buenas tardes, dependiendo del momento del día. En el primer piso, uno de los apartamentos parecía desocupado, nunca entraba ni salía nadie. En el de enfrente, una placa anunciaba un despacho de abogados. Era sábado, con lo que era problable que no hubiera nadie. Vivía en el 3ºB. Subió hasta el segundo piso. llamó al timbre del apartamento que compartían tres estudiantes, pero nadie abrió la puerta. Aprovechando el fin de semana deberían haber ido a sus respectivos hogares paternos. Le quedaba el 2ºA, propiedad de una vieja de aspecto huraño que apenas salía y miraba através de la mirilla cada vez que oía movimiento por la escalera, o bien subir a probar suerte y acudir a la puerta de la pareja con quien compartía rellano. No tenía ganas de subir hasta la cuarta planta, ni el joven músico que a falta de talento se ganaba la vida impartiendo clases de piano, ni la familia Hurtado, con sus hijos de 4 y 7 años, descendientes directos del mismísimo satanás, le inspiraban simpatía. Pero no estaba en disposición de escoger. Necesitaba ayuda, y la necesitaba con urgencia.
Su índice derecho presionó el timbre. Después de unos segundos, se oyeron unos pasos que se acercaban tras la puerta, abriéndose lentamente.
¿A que puerta ha llamado?
A) La de la vieja huraña del 2ºA.
B) La de la pareja del 3ºA.